Intervención del presidente de la Xunta en la Ceremonia de entrega de la Medalla de Oro de Galicia 2020

Autoridades presentes;
Señoras y señores,

Haciendo justicia a lo que somos, nuestra Constitución define a Galicia como nacionalidad histórica. Tiene méritos de sobra para serlo. Tal reconocimiento es un homenaje a todos los gallegos que nos precedieron y que fueron construyendo poco a poco, pero sin descanso, una gran comunidad de sentimientos.

La historia los define pero nuestra nacionalidad no es solamente una consecuencia de la historia que las generaciones presentes nos limitamos a administrar. Se hace todos los días. Es una obra viva, incesante, en la que todos los gallegos participan y de la que ningún gallego debe sentirse excluido.

De poco valdrían los méritos históricos si no los cultiváramos en el presente, mediante el ejercicio de una ciudadanía activa y solidaria, que actúa tanto en la normalidad como en situaciones excepcionales que reclaman esfuerzos también excepcionales.

Hay pueblos con una historia rica y un presente en el que su energía mengua; y otros vigorosos que, no obstante, tienen pocas raíces en el pasado. Galicia llega a estas alturas del siglo XXI dotada de fuerza y orgullosa cuando mira hacia atrás y contempla el largo camino recorrido.

La virtud de esta nacionalidad es culminar las etapas y continuar a favor de las siguientes. Galicia llega y sigue avanzando. El conformismo no forma parte de nuestra idiosincrasia. Somos, en definitiva, una nacionalidad en marcha. Caminamos agrupados, nos ayudamos, evitando aquello que pueda fragmentarnos y debilitarnos.

Galicia no es un país extenso, ni tiene una población numerosa. Por eso sorprende a muchos que, teniendo esas dimensiones, su relevancia nacional e internacional la equipare a territorios mucho más grandes.

No hay hito relevante de la historia, corriente de pensamiento o acontecimiento político, en el que no se vislumbre la huella de alguno ciudadano de Galicia. Trazar el Camino por donde discurre el europeísmo primordial ya sería mérito sobrado para situarnos entre los pueblos que dejan su sello, pero la Ruta Xacobea forma parte de una extensa suma de contribuciones gallegas que nos convierten en un país que se proyecta en el exterior.

No hay otra explicación posible que la empatía propia de nuestra gente, y también la capacidad de transmitir valores valiosos en cualquier latitud. Galicia no es un país extenso, pero sí es un país grande, un mundo, en palabras certeras de Vicente Risco.

El fundamento de esa grandeza no está solamente en la historia, como antes decíamos. En un día como hoy reivindicamos esa tradición que resumió su amor por Galicia en dos palabras inspiradoras: Nós e Irmandade.

Nós fue el nombre que se dio una Generación que empeñó por un país pronunciado en plural y concebido como un hogar que acoge no solamente a sus hijos, sino también a todo aquel que quiera compartir su identidad.

Irmandade se llama el movimiento que hace de nuestra lengua uno vinculo fuerte que nos permite ser parte de la sinfonía de las culturas del mundo. Ese caudal galleguista está aquí presente. Somos hijos de esos gallegos que creyeron en su pueblo cuando esa fé estaba confinada por circunstancias adversas.

Esos espíritus pioneros se dan la mano con una hermandad contemporánea formada por los sanitarios gallegos. Presionábamos sus manos expertas; presionábamos los ojos que transmitieron sosiego a los afectados por la pandemia, dos de ellos hoy aquí acompañándonos; presionábamos las palabras de consuelo; y presionábamos corazones en los que tuvo cabida toda Galicia. Presionábamos a todas las mujeres y a todos los hombres que cuidaron a Galicia, en definitiva, que nos cuidaron.

Hablamos a todas horas de sistema sanitario, olvidando quizás el factor humano que distingue una sanidad fría de otra que, además de eficiente, es cálida en el trato. Saben de sobra estos profesionales de la salud que el cariño tiene también propiedades que curan, y así se demostró en los momentos más complejos de la crisis provocada por la covid-19.

La expresión servidor público nunca estuvo mejor empleada que ahora, cuando nos referimos a nuestro colectivo sanitario de hospitales, centros de salud, residencias de mayores y residencias de discapacitados.

La concepción gallega del autogobierno implica, exige y demanda la defensa del público. La autonomía, la versión gallega de la autonomía por lo menos, supone combinar la defensa de la identidad con la eficacia en la gestión del público.

El vigor del autonomismo depende de la capacidad de las instituciones y servicios para crear y sostener una Galicia del bienestar solidario. La autonomía es un fin y también es un medio.

Un fin en el que culminan nuestros deseos de libertad, y un medio para gestionarnos mejor, con cercanía, eficacia y eficiencia. La experiencia autonómica que hemos acumulado es testimonio de que los gallegos sabemos gobernarnos y cumplir en cada momento con nuestro deber, como demuestran las mujeres y hombres de la Sanidad.

El deber, en este caso, poco tiene que ver con las estrictas responsabilidades administrativas y mucho con los valores que resaltan en una verdadera comunidad. Hubo entrega, solidaridad y compromiso. En cada paciente estaba Galicia. En cada miembro del personal sanitario estaba Galicia. Galicia supo cuidar de Galicia.

Nuestro país se juntó más para ser más fuerte ante un desafío desconocido que amenazaba y amenaza la salud y el bienestar. Por eso las conductas imprudentes, amén de incrementar los riesgos, significan olvidar las 619 personas que se llevó esta pandemia y que siempre tendremos presentes. A ellas y a sus familias que no pudieron despedirlos como merecían.

Igualmente, las conductas imprudentes suponen uno menosprecio a los que tanto hicieron y hacen por nosotros, y que hoy reciben la Medalla de Galicia.

Gracias al trabajo de las mujeres y los hombres de la sanidad gallega, se vuelve a evidenciar un autogobierno afectivo y efectivo que hace que la nuestra sea una nacionalidad histórica, actual y actuante. Resulta una casualidad significativa y afortunada que uno de los padres del galleguismo, Alfonso Rodríguez Castelao, había sido médico de profesión y que uno de sus colegas, Xerardo Fernández Albor, había sido elegido primer presidente democrático de Galicia.

El presidente Albor, por cierto, acuña una expresión que ahora nos sirve como emblema fundamental: el sentidiño.

Un país no es una suma de hostilidades. Las patrias que necesitan alimentarse de enfrentamientos no sirven a los que habían debido ser compatriotas. Las batallas en las que ondeamos las banderas y entonamos los himnos son pacíficas y buscan el acuerdo entre los que piensan diferente.

La pregunta fundamental para valorar estas décadas de autogobierno es se Galicia se unió más. En mi opinión, la respuesta es afirmativa. Sí, Galicia está más unida porque es una suma de afinidades, con un himno y una bandera que suscitan la misma emoción en cualquiera de los confines de los verdes castros.

Ese país que a todos pertenece estuvo y está presente en los centros sanitarios de la mano de los profesionales que no claudican. En ellos vemos lo mejor de lo que somos. En ellos está resumida a Galicia amante y admirada que sigue caminando por la historia.

Esta Galicia, esta que acabo de relatar, es la misma que originó el espíritu de Angrois hace hoy siete años. Todos recordamos como Galicia, España y el mundo entero asistieron emocionados a la respuesta de unos vecinos convertidos en auténticos ángeles de la guardia de las víctimas y de los heridos del inolvidable y terrible accidente ferroviario. No estaban preparados para hacer lo que hicieron, ni nadie les ordenó que lo hicieran. Todos ellos sabían que existían riesgos y peligros, pero todos sintieron una fuerza interior que los llevó a socorrer a los accidentados. Galicia se volvió a reencontrar, igual que lo hizo durante la pandemia, con el mejor de sí misma.

Señoras y señores. No nos es dado elegir el tiempo que nos toca vivir pero sí podemos decidir como respondemos a las vicisitudes. Este tiempo, ciertamente, no es fácil.

Tenemos arriba de nosotros una espada de Damocles en forma de dificultades económicas derivadas de la pandemia sanitaria. Mismo la pandemia requiere una prudencia y una vigilancia permanentes. En la panoplia de herramientas para encarar esta situación, está la fuerza anímica de los colectivos cómo el que recibe hoy, muy merecidamente, la Medalla de Galicia.

No es preciso acudir a las leyendas para encontrar héroes inspiradores porque están aquí, a nuestro lado, y son mujeres y hombres como nosotros que supieron encontrar dentro de sí una fuerza que para sí hubieran querido los héroes legendarios. Cuando los problemas nos atormenten pensemos en ellos, que nunca se rindieron a pesar de tener un contrincante descomunal y de poner en riesgo sus vidas.

Somos una nacionalidad histórica y actual que nunca cesó de ampliar el perímetro de sus afectos. Galicia es una España gallega. En la España autonómica nuestro país encuentra una fuerza adicional.

En la nación común Galicia se acomoda sin renunciar la nada, siendo como es, fiel a sí misma, cooperadora y reivindicativa.

Sobran las palabras, suele decirse para señalar que hay sentimientos implícitos que no necesitan ser expresados. En un pueblo como el nuestro, un pueblo de palabra y con palabra, las palabras nunca sobran.

Para dirigirse con agradecimiento a los médicos, al personal de enfermería, al personal de mantenimiento de nuestra Sanidad, a los cuidadores de los servicios sociales... las palabras faltan. Tendríamos que decirles mucho más. Tendríamos que recopilar aquí palabras agradecidas de sus pacientes, de los más de 12.000 gallegos infectados por el virus. Solamente puedo resumirlas en un gracias por cuidar de nosotros.

Gente como vosotros hace que Galicia tenga por delante muchas más de las mil primaveras del nuestro Álvaro Cunqueiro.

Enhorabuena, feliz Día de Galicia y que este acto sirva también de bienvenida al Año Xacobeo que nos espera.

Somos una Galicia de brazos abiertos.

Muchas gracias.
 

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