Intervención del presidente de la Xunta en las Medallas Castelao 2020

Santiago de Compostela, 28 de junio de 2020

Autoridades,
Señoras y señores,
Gallegas y gallegos.

Para un pueblo de cercanías como el nuestro, algunas de las medidas derivadas de la lucha contra la pandemia resultan especialmente difíciles. La historia de nuestro país es un empeño constante contra las distancias que existían entre nosotros, y también contra las distancias entre nosotros y las demás comunidades. Galicia es cercanía, acercamiento, reunión y abrazo.

Las circunstancias obligan a atenuar un poco nuestro impulso natural, pero ese distanciamiento social aún vigente no significa que nuestra tierra deba perder la cohesión emocional. En actos como el hoy celebramos que esa fraternidad se reafirma alrededor de las personas y valores que consideramos un patrimonio común.

“Caminamos sobre los hombros de los gigantes”. Esta hermosa frase fue utilizada por el humanista italiano y gran amigo de Galicia, Umberto Eco. Con ese aforismo se quiere significar que el progreso del ser humano en todas las facetas imaginables, depende mucho de los ancestros.

La historia de los pueblos es una acumulación de experiencias que nos son legadas por esos gigantes, y que nos permiten tener una mirada amplio sobre el presente y el futuro. Ellos son como maestros que en silencio nos imparten enseñanzas de gran valor para seguir avanzando.

Los gigantes sobre los que Galicia camina suelen ser mujeres y hombres como nosotros, sometidos muchas veces a pruebas muy duras. Nuestra admiración hacia ellos no se debe a que siempre hayan triunfado, a que hayan sido invencibles o a que hayan derrotado fácilmente cualquier desafío. Al contrario. Los sentimos cerca de nosotros porque son vulnerables y padecen situaciones ingratas, semejantes a las que padecemos. El tiempo nos separan de ellos; la vida nos aproxima.

La nueva Galicia qué resurge con la democracia y el autogobierno, quiso situar en el lugar más alto de su panteón de gigantes a gallegos cómo el que de la nombre a estas distinciones que otorgamos en esta ceremonia. Alfonso Rodríguez Castelao no tuvo unas vivencias fáciles. Le toca sufrir una época convulsa y lamentable en la que el futuro se percibe lleno de negros augurios.

No solamente muere en el exilio geográfico, sino incluso en un exilio de la esperanza, y a pesar de todo aquí está presidiendo un acto en el que vuelve a mostrarse lo mejor de la Galicia que él contribuyó a crear.

Cuando no es el exilio es la emigración que cantan Rosalía de Castro o Curros Enríquez, o la larga noche de piedra en la que resisten figuras como Celso Emilio Ferreiro. Esta Galicia que compartimos es fruto de millones de gallegos que cayeron y se levantaron de nuevo.

Nada seríamos hoy, nada significaríamos como pueblo o nacionalidad, si los que nos precedieron en otras etapas de la historia hubieran dimitido bajo el peso de las crisis o penurias. Estamos aquí porque ellos decidieron que Galicia tenía que seguir caminando.

Tengo la certeza de que, de alguna manera inexplicable e inconsciente, el espíritu de esos gallegos que nunca se rindieron inspiró a nuestros compatriotas en los momentos más duros de la pandemia.

La responsabilidad, la disciplina y la solidaridad, se explican mejor con esa ayuda que sin duda nos llegó del pasado, mediante el recuerdo de padres, abuelos y familiares desaparecidos que atravesaron momentos adversos o de figuras de nuestro panteón de gigantes. Seguro que estuvieron a nuestro lado, y necesitamos que lo sigan estando para luchar mejor contra las dificultades que se avecinan.

Compartimos todos el deseo de que, cuando en el futuro se haga memoria de estas alturas del siglo XXI, se diga que esta Galicia fue capaz de transformar de nuevo la pesadilla en sueño, igual que se hizo en otros episodios de nuestra secular historia.

En un acto festivo como este no podemos ignorar las secuelas de estos últimos meses. Muchos gallegos ya no están con nosotros, muchos sufrieron convalecencias complejas, y todos experimentaron la angustia del confinamiento.

Hubo también una Galicia que cuidó de Galicia con cariño y profesionalidad ilimitadas.

La autonomía en su conjunto, la totalidad de las administraciones, formaron un compendio eficaz cuyo único objetivo fue la salvaguarda de la salud.

El confinamiento no significó aislamiento. Surgió una nueva idea de comunidad, de país, que no precisaba la cercanía física para sentir y actuar como un todo.

Pocas veces resultaron tan evocadoras las alabanzas de Curros Enríquez a la “unión de los buenos gallegos”. La Galicia soñada por el poeta en la que todo “une, xunta e reconchega”, esa Galicia se hizo presente y deberá hacerse presente en las próximas etapas. En medio de un cúmulo de hipótesis sobre lo que va a suceder en los meses próximos, brilla la certeza de que los acontecimientos encontrarán una Galicia de fuertes vínculos humanos, dotada de solidez institucional.

Nuestra fortaleza se condensan en la idea de que ningún gallego o gallega es ajeno para otro gallego o gallega. Todos formamos parte de una red de solidaridades que nos permite avanzar más en las coyunturas propicias, y amortiguar mejor los golpes imprevistos.

Nuestra red no es excluyente. Nunca quisimos los gallegos caminar solos por la historia, y tampoco lo queremos ahora. Nuestra identidad se basa en la confianza en nosotros mismos, y la confianza hace que no exista recelo alguno en nuestra relación con los demás pueblos.

Dimos de sobra pruebas solidarias durante los episodios más agudos de la pandemia, y ahora estamos ansiosos de reencontrarnos con todos los que quieren compartir lo nuestro. Por encima de los innumerables alicientes que atesora a Galicia anfitriona, ahora está la seguridad.

El presidente John Fitzgerald Kennedy afirmó que “las grandes crisis producen grandes hombres”. Lo constatamos en Galicia con las mujeres y los hombres que asumen sus responsabilidades sabedores de que su país espera lo mejor que puedan dar.

De poco valdrían los grandes liderazgos sin las pequeñas hazañas cotidianas de los gallegos y gallegas desconocidos pero que merecen ser reconocidos. Me permitan las personas y entidades distinguidas con las Medallas Castelao de este año, que rinda homenaje al conjunto de los gallegos. Todos acreditan en estos tiempos del coronavirus méritos sobrados para lucir la distinción.

Señoras y señores. No sabemos cuándo ni donde la humanidad descubrió la rueda, pero ningún gallego ignora que la música de A Roda nació entre nosotros hace más de cuarenta años. El germen de sus canciones está en las tabernas, esos parlamentos espontáneos desplegados por nuestra geografía. En ellas surgen canciones que se convierten en himnos populares que interpretamos juntos, y que nos hacen sentir más unidos. Hay muchos factores de unión en este hogar de Breogán; uno de ellos es el trabajo de estos excelentes músicos.

Sí alguien se pregunta como fue que la Ruta Xacobea adquiere esta dimensión universal que convierte a Compostela y Galicia en un de los centros de atracción cultural y espiritual más intensos del mundo, encontrará una respuesta en las Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago. Conservan, difunden y atienden. Atienden a los peregrinos, difunden los valores xacobeos y colaboran en la conservación adecuada de la ruta. Son copartícipes en una milagro que hace de los gallegos el pueblo hospitalario por excelencia.

Pilar Cernuda es una periodista importante por lo que escribe y por lo que no escribe. Como político, me gustaría poder leer en algún momento los datos y claves que ella guarda en su congelador profesional, a la espera de elementos que confirmen o complementen alguna información. Periodista, mujer, gallega, minuciosa, rigurosa, Pilar Cernuda observa lo que pasa en un mundo político no siempre coherente, y casi nunca sencillo. Entiendo que ser gallega la capacita mejor para entender la complejidad.

Hay dos acepciones del Supermartes. Se trata del gran día de las elecciones primarias en los Estados Unidos, pero sobre todo es uno de los programas que más gallegos reunieron en torno a la televisión. El artífice del Supermartes gallego es un comunicador que hizo de la empatía un sello personal. Para los espectadores de nuestro país, Xosé Manuel Piñeiro es alguien de la casa que en algún momento podría atravesar la pantalla y sentarse en el salón de cualquier hogar gallego. Hace televisión de cercanía en una Galicia de cercanía.

Cuando antes me refería a esos gigantes sobre los que caminamos, quizás Ana Peleteiro pensó en su abuela. Una abuela que conoció todas las penalidades, que vivió en la Galicia más oscura y que además calló todas sus desgracias como si fueran algo natural que se lleva en silencio. Hoy su nieta es una campeona admirada en todo el mundo, que pasea por todas las pistas las banderas de una Galicia y de una España muy diferentes. Hay muchas abuelas así en nuestra historia, y muchas biografías familiares que cambian su destino para conseguir otro tipo de campeonatos. Las medallas que luce Ana Peleteiro son una consecuencia de entrenamientos agotadores, de una fe constante en el triunfo, y también el resultado del trabajo de abuelas, madres y padres como la suya.

Señoras y señores. Galicia es un corazón que no se para, un alma compartida y un destino del que no debemos apartarnos. En un pasaje de la Ilíada, Homero menosprecia los malos augurios y advierte que “no hay mejor profecía que luchar por nuestra patria”.

Ciertamente no proliferan en estos días los buenos augurios sobre el futuro económico del mundo en el que estamos. Sin embargo esa lucha por nuestro país sigue estando en nuestras manos.

Decir que los gallegos cumplirán con su deber y serán obstinados en la defensa de sus demandas, no es una profecía sino una certeza. Una certeza que hoy se incrementa gracias a los premiados, gracias a estas mujeres, hombres e instituciones y a lo que representan.

Enhorabuena y gracias a todos.

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